miércoles, 5 de septiembre de 2018

CAPITULO 41 (SEXTA HISTORIA)




Al entrar en la cocina, la vio ajetreada cerca del fogón y se quedó estupefacto, como cada vez que la veía en la misma casa que él. Llevaba el pelo de fuego recogido en una cola de caballo que oscilaba mientras ella se movía con gracia y eficiencia por la cocina.


Pedro estaba cautivado por ella, fascinado por todos los movimientos que hacía. Sus ojos observaron su trasero torneado cuando se agachó a recoger algo del suelo.


«No, joder. Nunca va a ir a ninguna parte. No sin mí».


El corazón le batía contra el pecho y las palmas le sudaban solo de pensar en que Paula lo dejara.


«Eso no va a suceder».


—Buenos días —dijo Paula alegremente cuando se volvió y lo divisó—. Llevas la camisa. Definitivamente, pareces el hombre más sexy sobre la faz de la tierra —ronroneó mientras avanzaba furtivamente hasta estar a su lado y lo besaba en los labios con ternura.


Pedro sonrió de oreja a oreja. No podía evitarlo. 


Paula lo manejaba y él era completamente consciente de sus maquinaciones. Pero era tan condenadamente adorable que no iba a reprenderla por ello. No. Quería oírla llamarle sexy y haría lo que hiciera falta para oírlo. Sí… era tan patético cuando se trataba de ella. La habría agarrado si ella no llevara una espátula en la mano. Por ello, se conformó con lo que podía tomar.


—¿Qué hay para desayunar? —Lo estaban mimando y era más que probable que necesitara una larga caminata después de comer.


—Tocino, huevos y tortitas de chocolate dobles con sirope de chocolate Reese. —Hizo un aspaviento con la espátula y le hizo un gesto para que se sentara mientras le servía un plato cargado.


Pedro se le hacía la boca agua.


—¿Hay tortitas de chocolate dobles? —Esperaba que no estuviera bromeando.


—Es una receta que bajé de Internet. Es decadente, pero conociéndote con el chocolate, creo que te gustará —bromeó mientras colocaba un plato de huevos con tocino frente a él—. Cómete esto mientras termino las tortitas.


—Estás echándome a perder —le dijo sinceramente mientras se arrojaba sobre los huevos con tocino, hambriento.


Sabía que Paula no bromeaba acerca de las tortitas. Ahora podía oler el chocolate.


—Es agradable —contestó ella dándole la espalda en el fogón—. Me gusta cocinar, pero es más divertido cuando tengo a alguien con quien compartirlo.


Su comentario lo golpeó de lleno en el estómago. No veía nada más que su trasero, pero oía la vulnerabilidad en su voz. Era imposible que lo quisiera de la misma manera en que él tenía que tenerla a ella, pero su corazón se elevó ante la idea de que quisiera estar con él, de que le gustara estar con él fuera del dormitorio. Quería que ella compartiera todos los espacios de su vida.


—Cariño, diviértete cuanto quieras. Estaré aquí —respondió con voz ronca al darse cuenta de cuánto deseaba serlo todo para ella. Su vida había sido tan solitaria como la de Paula, quizá más, y solo ella se había llevado la inquietud,
el vacío que lo consumía a veces. La necesitaba más que respirar, y lo sabía.


Paula recogió su plato vacío y puso otro delante de él. El estómago le rugió al ver el montón de tortitas de chocolate que goteaban sirope de chocolate, culminadas con diminutos bocados de manteca de cacahuete recubiertos de chocolate. Después colocó dos tazas de café en la mesa y se sentó frente a él con una pila de tortitas mucho más pequeña.


—Santo Dios. ¿Son de verdad? —Pedro olía el tentador aroma del chocolate y la manteca de cacahuete y se le hizo la boca agua.


—Dime si te gustan —dijo ella con una sonrisa cómplice—. Es la primera vez que intento hacerlas.


Pedro no dudó en tomar un tenedor e hincarle el diente a la fantasía de chocolate y gimió al probar el primer bocado.


—Increíble —dijo entre mordiscos, a punto de comer de un bocado el montón de tortitas.


Paula comió las suyas más despacio, con aspecto de saborear cada mordisco.


—Ummm… casi mejor que el sexo —ronroneó mientras lamía el tenedor.


Pedro la fulminó con la mirada.


—Cariño, están increíbles, pero nada es mejor que el sexo contigo. —Vale, había dicho casi, pero eso no lo aplacó. Hizo una pausa, con el tenedor a medio camino de su boca, para ver cómo la lengua rosa de Paula lamía el chocolate del cubierto.


«¡Dios! ¿Desde cuándo se convirtió en una experiencia erótica verla lamer chocolate?».


Paula volvió a pasar la lengua por el tenedor una vez más y cerró los ojos, con cara de felicidad.


—He terminado —afirmó antes de dejar caer el tenedor sobre el plato vacío —. Me encanta el sirope.


Pedro se metió el último bocado de tortitas en la boca mientras la observaba. Vaya si no había rebañado el plato con el dedo, se lo había metido en la boca y succionado con apetito el dedo cubierto de chocolate, lentamente.


El miembro le palpitaba, tenso contra el denim que lo confinaba.


—Cariño, si vuelves a hacer eso una sola vez, voy a darte otra cosa cubierta de chocolate para que te la metas en la boca, algo mucho más grande que tu dedo —gruñó. Su imaginación corría desbocada.


Ella abrió los ojos y le lanzó una mirada inocente.


—¿Pedro cubierto de chocolate? —Sus ojos se tornaron sensuales y se cruzaron con los de Pedro con una mirada atrevida—. ¡Ummm!


Lo había excitado y molestado a propósito, y a Pedro le encantaba. El hecho de que se estuviera convirtiendo en una condenada seductora, tan abiertamente sexual con él, lo volvía loco. Confiaba en él.


El corazón de Pedro latía con fuerza cuando Paula se levantó de la silla; sus caderas oscilaban cuando se acercó al armario, levantó un cuenco de la encimera y lo deslizó sobre la mesa cuando llegó justo frente a él.


—Las sobras —le dijo con voz grave que lo retaba y que hizo que Pedro se pusiera en pie en menos de un segundo.


Le tiró de la camiseta y se la quitó por encima de la cabeza. La prenda apenas tocó el suelo antes de que la desvistiera, frenético por desnudarla.


Pedro, me parece que no…


—No pienses —exigió mientras la examinaba de pie frente a él, desnuda—. Y no juegues con fuego si no piensas apagar las llamas, mujer.


—Vale. Desnúdate. —Se cruzó de brazos—. De hecho, planeaba utilizar ese sirope de chocolate contigo.


No tuvo que pedírselo dos veces. Pedro se desnudó mientras ella permanecía allí parada observándolo, casi como si estuviera maravillada de que se desnudara de verdad. 


Cuando estuvo desnudo, con el pene firme y
suplicando un desahogo, le dedicó una amplia sonrisa.


Tal vez Paula fuera una intrépida, pero todavía parecía insegura debido a su falta de experiencia. Eso lo excitaba aún más. Podía excitarlo en cualquier momento y él le enseñaría cómo saciar las necesidades de ambos. Metió la mano en el cuenco y le salpicó los hombros con el chocolate caliente y líquido, le embadurnó un poco el cuello antes de untar una cantidad generosa en los pezones duros. Dejó que le goteara en el vientre y se lo frotó por la cara interna de los muslos y por todo el sexo.


—Paula cubierta de chocolate. —Emitió un sonido grave y vibrante al cubrirle los labios con los dedos saturados de chocolate—. Creo que esto acaba de convertirse en mi fantasía favorita, joder.


Ella alzó la mirada hacia Pedro mientras le untaba los labios de chocolate lentamente. Se miraban a los ojos cuando ella abrió la boca y le lamió un dedo.


Los ojos de Paula se oscurecieron de deseo.


Pedro gimió cuando la lengua de Paula giró sobre sus dedos y le lamió el exceso de chocolate dedo a dedo. Metió la mano en el cuenco e imitó sus acciones: le untó chocolate en los labios, por el torso y, finalmente, le envolvió el pene con los dedos empapados en chocolate.


Pedro estuvo a punto de tener un orgasmo en el momento en que lo envolvió con los dedos cálidos. Entre verla lamiéndole los dedos y sentir su roce caliente en el pene, sabía que estaba al borde del abismo.


—Paula —dijo en tono de advertencia. Sacó los dedos del cálido refugio de su boca e inclinó la cabeza para lamer el chocolate de la piel delicada de su cuello. Pedro mordisqueó y succionó con fuerza mientras ella gemía y después ladeaba la cabeza para darle mejor acceso. Pedro estaba perdiendo el control y
sabía que decididamente iba a dejarle su marca, pero sus suaves jadeos de placer lo espoleaban. 


A medida que descendía por su cuerpo, le lamía
chocolate de cada centímetro de su piel y le mordió los pezones dulcemente mientras le lamía el chocolate de cada pecho. La combinación de chocolate y Paula hizo que perdiera la cabeza.




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