miércoles, 4 de julio de 2018
CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro se sentó al lado de Paula y enterró la cara en las manos, odiándose todavía por lo que había pasado, pero sabiendo que había sido la única solución. En aquel entonces, había sido egoísta, demasiado joven, incapaz de alejar a Paula de él por desearla tan intensamente, por necesitarla tanto. Y ella era tan leal que nunca lo hubiera dejado a menos que se sintiera traicionada.
–No quise hacerte daño, pero la idea de que te pasara algo me volvía loco. Hice lo que tenía que hacer.
–¿Por qué el FBI? ¿Te habías metido en problemas? –preguntó Paula. Su voz seguía sonando a duda y confusión.
Él se recostó en el sofá, apoyando la cabeza en la piel.
–No yo. No realmente. Tú conoces mi historia, Paula. Tú sabes que mi padre murió de una
sobredosis y que tenía contactos con el crimen organizado.
–Sí –dijo asintiendo también con la cabeza–. Me lo contaste. Murió poco después de conocernos.
–Yo sabía cosas. Cosas que podían ayudar a acabar con la organización. Mi padre no era una buena persona. Yo estaba continuamente en medio de él y de Simon, haciendo lo que fuera necesario para que el hijo de puta no le hiciera daño a mi hermano pequeño. Aún era un menor cuando empecé a hacer “recados” y otras cosas bajo coacción. Por tanto, yo no estaba metido en nada realmente. Pero sabía lo suficiente como para ayudar a demoler una organización internacional de criminales.
Hizo una pausa para respirar hondo antes de continuar.
–Vine a Tampa con la esperanza de alejar a mi familia de todo aquello, de empezar una nueva vida y dejar la otra atrás. Pero una vez que te conocí comprendí que no podía enterrar mi pasado y huir, pretender que no sabía ciertas cosas. Quería ser una buena persona, y un hombre decente no sería tan egoísta como para no intentar evitar el dolor y la muerte causados por esta organización. Tenía que hacer lo que pudiese para acabar con aquellos hijos de puta. Fui al FBI alrededor de diciembre, les di información y trabajé con ellos en la investigación. Llevó meses, pero finalmente infiltraron agentes y tuvieron suficiente información para destruir todo el entramado. Desgraciadamente, se corrió la voz de que yo era un soplón y eso me hizo a mí y a cualquiera que me importara blancos de la organización. Kate me ayudó a comprender que no podía permitirme tener relaciones estrechas con nadie. Yo era un peligro para todos los que me conocían.
–Yo me hubiera quedado contigo. Habría hecho cualquier cosa.
–Y hubieras acabado muerta. No podía asumir ese riesgo.
Se incorporó, agarrando a Paula por los hombros, sacudiéndola levemente.
–Ni siquiera pude proteger a Simon y a mi madre a tiempo. Simon fue acuchillado por alguien de la organización, en pago por la deslealtad de mi padre. Era gente que mataba sin pensárselo. Les importaba un huevo la vida de nadie. ¿Lo entiendes?
La voz le reverberó, con una emoción a punto de estallar. Tenía la cara salpicada de sudor, algo que le pasaba cada vez que recordaba lo que le había pasado a Simon y lo que podía haberle pasado a Paula.
–Lo que le pasó a Simon no fue culpa tuya, Pedro –respondió Paula en un tono calmado, susurrando.
–Sí que lo fue. Yo era el hermano mayor. Tenía que haberlo protegido. Debería haber sabido que se vengarían en la primera persona disponible.
Soltando a Paula, se dejó caer en el sofá nuevamente.
–Tú apenas eras lo suficientemente adulto. ¿Cómo podrías haber sabido?
–Debería haberlo sabido. Había visto a esta gente actuar desde que di mis primeros pasos –replicó calladamente, como si siguiera en peligro.
–¿Por qué no me buscaste después de que todo terminara? –inquirió Paula temerosa.
–Tardaron un año en eliminar todas las células de la organización. Mi madre, Simon y yo estuvimos bajo protección del FBI, aquí en Tampa, hasta que el último capo estuvo entre rejas o muerto –le respondió Pedro, pensativo, grave.
–Pero después de eso, ¿por qué no me buscaste?
–Lo hice.
Pedro apretó los puños, le desagradaba recordar el día que fue a buscarla. Sabía que la había perdido, pero ese día concreto fue cuando realmente abrió los ojos a la realidad, cuando tuvo que admitirse a sí mismo que la había perdido para siempre.
–Nunca te volví a ver –replicó confundida.
–Yo te vi a ti. Esta vez fui yo quien tuvo que verte con otro hombre, con su lengua en tu garganta.
Arrugó el entrecejo; la expresión intensa.
–Te localicé en el campus, pero tenías encima a cierto tipo de pelo oscuro con pinta de atleta. Me
pareció que estabas feliz. Él parecía ser un niño bien y podría hacerte feliz. Tú seguiste adelante con tu vida y no podía culparte por haber encontrado a alguien mejor que yo. ¡Joder, cómo me dolió!
–Luciano –susurró Paula–. Empezamos a salir poco más de un año después de lo que pasó. Deberías haber hablado conmigo.
– ¿Por qué? Todo lo que habría hecho sería complicarte la vida. No tenía nada que ofrecerte. Apenas había salido del peligro por mi colaboración con el FBI, sin un puto duro por estar ayudando a mi familia. Simon estaba estudiando entonces. Yo lo dejé para que él pudiera estudiar. Cuando fue lo suficientemente mayor para trabajar media jornada volví a la universidad para terminar mis estudios. Tú estabas con un tío que entonces parecía mucho mejor partido que yo.
Paula nunca sabría lo difícil que había sido para él alejarse de ella, dejarla en brazos de otro
hombre. Pero Kate estaba en lo cierto cuando decía que si alguien te importa, haces lo que sea mejor para esa persona.
–Si hubiera sabido que era un cabrón que no se iba a casar contigo y te iba a tratar como una mierda, te hubiera apartado de él al instante. Me imagino que es el mismo con el que tuviste la relación sexual de la que me hablaste. El hijo de puta que te dijo que tú eras asexual.
¡Dios! Lo que daría por echarle la mano encima a aquel gilipollas. Lamentaba haber dejado a su
idolatrada Paula en manos de alguien que no se la merecía.
–Así es. No salimos juntos por mucho tiempo. Seis meses –dijo encogiendo los hombros, mirando a Pedro. El dolor en sus ojos era tangible.–Me encontraba sola y quería olvidarte.
–¿Y no lo has vuelto a intentar desde entonces? –preguntó Pedro curioso, su voz dulcificada.
Paula negó con la cabeza.
–No. He salido esporádicamente con otros, pero… no hubo nada.
Con un dedo, Pedro enjugó una lágrima que descendía por el carrillo de Paula y se la llevo a los labios.
–De verdad, Paula. No puedo imaginarme a ningún hombre dejándote ir.
–Excepto tú –sonrió Paula con tristeza.
–Aún no te has ido de mí, y esta vez no te dejaré ir –dijo él con firmeza–. Quiero casarme contigo. No me has dado una respuesta.
Pedro observó la expresión angustiosa de Paula, que casi lo obliga a ponerse de rodillas ante ella.
Necesitaba que le dijera que sí.
Desesperadamente. Su cordura empezaba a depender de ello.
–Tú y yo no nos conocemos ya. No sé qué decirte ahora mismo– le respondió honestamente.
–Di que sí.
De una puta vez. Decir lo contrario no era una opción. Pedro la sentó en sus piernas.
Necesitaba sostenerla en brazos en ese momento, tenía que sentir su suavidad en sus brazos. Ella se quejó y quiso zafarse, pero él no la dejó.
–O te sientas tranquila o te pongo boca arriba a gemir un ratito.
La quería con urgencia.
–No puedo aguantar ese delicioso movimiento encima de mí sin arrancarte la ropa del cuerpo y saborear cada centímetro de tu piel.
Ella dejó de moverse inmediatamente y le rodeó el cuello con los brazos.
–¿Qué fue de Kate? –preguntó curiosa, descansando la cabeza sobre los hombros de Pedro.
–No lo sé –dijo encogiéndose de hombros.
-Nunca la volví a ver después de la investigación. Estaba casada. Felizmente casada, con dos hijos. No tenía ningún deseo de morrearse conmigo. Yo solo era un pobre inepto para ella. Todo fue una treta para obligarme a cortar mis lazos contigo.
Perdió una mano en su pelo y empezó a masajearle la cabeza.
–Así que…¿Cuál es tu respuesta, Paula?
–Pedro, ni siquiera he digerido toda la información que me acabas de dar. No puedes esperar que acepte casarme contigo –dijo, empujándose hacia atrás y mirando a Pedro con malestar.
– Si no me crees, puedes preguntarle a Simon.
Él no sabe nada acerca de nosotros, pero puede
verificar todo lo demás –le contestó, contrariado porque no lo creyera después de haber desnudado el alma para ella.
–No es eso. Necesito tiempo –suplicó–. Han pasado años, Pedro. Hemos cambiado. No nos conocemos ya.
–Nos hemos conocido siempre, cielo. Mi alma reconoció la tuya en el mismo instante en que te vi.
Y esa era la verdad. No necesitó más tiempo para conocer su valía, para saber que ella era especial.
–Está bien. Entonces, dime que sí mañana.
Se sentía magnánimo ahora que la tenía exactamente donde la quería tener.
Paula rio con un ronquido.
–Muy generoso por tu parte, pero creo que voy a necesitar un poco más que eso.
Pedro le ladeó la cabeza, clavándole un mirada posesiva
–¿Cuánto más?
–No lo sé –susurró Paula con ojos tristes.
¡Maldita sea! No la quería apesadumbrada.
Quería que lo quisiera. No…necesitaba que lo quisiera.
–Te seduciré, y te haré el amor hasta que no te queden fuerzas para decir nada excepto que sí. Nadie planta nada ahí dentro sino yo.
Paula puso los ojos en blanco.
–Nadie ha puesto nada dentro de mi. Luciano usó un condón y no he tenido nada más, excepto un consolador, desde entonces.
Algo primitivo y carnal punzó las entrañas de Pedro, la imagen de Paula dándose placer hizo que su ya endurecido falo se levantara. Un instinto animal lo obligaba a codiciar ser el primero en llegar a su vientre. Nunca había tenido sexo sin protección. De alguna manera, Paula iba a ser la primera, la única, ya que no pensaba estar con ninguna otra mujer en su vida.
–¿Y cómo te va con el consolador? –se atragantó Pedro, apenas capaz de articular la pregunta.
Ella encogió los hombros y le dirigió una sonrisa.
–Probablemente se hayan agotado las pilas. Hace tiempo que no lo uso.
¡Dios! Lo estaba matando.
–No lo necesitarás más –le dijo raspándole la piel, enterrando su cara en el cuello sedoso de Paula.
Ella echó la cabeza a un lado, facilitando a Pedro el acceso.
–¿Es cierto que nunca te acostaste con ninguna de esas mujeres? –murmuró.
–Lo que te dije es la verdad. Sé lo que las revistas de cotilleos dicen y lo que la gente piensa, pero no es cierto. Las mujeres con las que la gente me ve no son más que amistades o conocidas, mujeres que quieren asistir a fiestas. No presumo de ser un santo, Paula, me he tirado a muchas. Pero ninguna era tú –respondió él, la voz espesada contra su piel.
–Te he echado de menos. ¡Te he echado tanto de menos! –replicó Paula con dolor y tristeza.
Incapaz de detenerse, Pedro deslizó a Paula de sus piernas al sofá y se colocó encima de ella,
cubriendo con su fornido armazón el cuerpo menudo de ella. Se sentía dulce, tan suave debajo de él que gimió cuando ella abrió la piernas para recibirlo y él sintió que, por fin, estaba en casa, exactamente donde debía estar.
El contacto con su cuerpo, su embriagadora fragancia alrededor filtrándose por cada poro de su piel.
–Yo también te echaba de menos, cielo. Más de lo que te puedas imaginar –respondió sucintamente, dejando caer su cuerpo sobre el de ella, sujetando su propio peso con los codos, pero necesitando sentir toda su suavidad.
Enterró la cara en los rizos sedosos de Paula, abandonándose absorto en ella, respirándola una y otra vez hasta que todo su cuerpo se llenase de su esencia.
Mía. La necesito. Nunca habrá otro hombre mientras que me quede aliento.
Un sonido grave, incoherente, salió de su garganta, un sonido animal y desbocado.
–Nunca te dejaré ir. Puedes decir sí hoy o mañana, pero serás mía por siempre.
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Ahhhhhhhhhhhh, por favor, qué historia la de Pedro. Y es un dulce con Pau. Me encantaron los 5 caps.
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