miércoles, 12 de septiembre de 2018

CAPITULO 11 (SEPTIMA HISTORIA)




Muy poco sorprendía ya a Pedro Alfonso, pero la revelación de Paula más temprano aquel día de que había perdido a sus padres en el peor atentado terrorista en suelo estadounidense lo había dejado pasmado. Su familia se había desgarrado cuando perdieron a su padre. 


Sólo podía imaginar el dolor que debía de haber sufrido Paula cuando perdió a sus dos padres al mismo tiempo. Toda la familia de Pedro había llorado a su padre durante años, pero tenían a su madre para hacer que mantuvieran los pies en la tierra. Ella había mantenido sus vidas lo más normales que pudo. Paula se había visto desplazada y perdió a sus dos seres más queridos en un suceso impactante que había sacudido a todo el país.


Había perdido su hogar y todo lo normal que había en su vida junto con sus padres.


—Mierda —susurró con vehemencia para sí mismo. Aquellos hechos sobre su vida no estaban en la información que había recabado sobre ella, pero tampoco había estado buscando su parentesco. Había estado buscando información actual sobre ella y sobre lo que estaba haciendo en Rocky Springs.


Paula quería volver al resort, pero Pedro se negó. Claro que podía volver al resort si quería, aunque técnicamente las carreteras estaban intransitables para coches y camiones hasta que fueran limpiadas. Ya habían caído más de treinta centímetros de nieve y en muchas zonas había ventisqueros aún más altos debido a los fuertes vientos. Y seguían cayendo copos. Para cuando aquella tormenta hubiera terminado, se habría acumulado más de un metro de nieve virgen.


Pedro le había dicho a Paula que estaban atrapados hasta que limpiaran las carreteras y que después de la tormenta podía llevarla de vuelta al resort sin riesgo. No le dijo que tenía un Jeep quitanieves enorme en el garaje adicional.


Antes, cuando la trajo de vuelta a su casa, su motivación estaba clara: llevársela a la cama para poder poner fin a esa preocupación creciente por acostarse con ella hasta quitarle el sentido y después averiguar todos sus secretos.


Ahora, ya no estaba totalmente seguro de cuál era su objetivo exactamente.


Sí, todavía quería acostarse con ella más de lo que había deseado a ninguna mujer en toda su vida. Pero todo acerca de ella empezaba a gustarle, lo volvía loco e hizo que su obsesión con ella se disparase.


Se apartó de su puesto junto a la ventana pintoresca. «¿Está desnuda ahora mismo?». A ella le gustaba comer, así que había cocinado una cantidad ingente de comida para los dos y habían guardado una buena cena antes de que Pedro le mostrara sus aguas termales privadas. 


Probablemente su muslo seguía dolorido,
así que le había ofrecido darse un baño en las aguas termales. Ahora desearía haber sugerido que compartieran el baño. «Se habría negado».


—¡Joder! —Pedro enganchó la correa de Shep a su collar y salió. El cachorro lo miró con ojos marrones tristes que le recordaban a los de Paula. «Joder, ahora mismo casi cualquier cosa me recuerda a ella». Se agachó y acarició al perro—. No voy a abandonarte, chico. Simplemente preferiría que no hicieras tus cosas en la casa—. Pedro sabía que el cachorro todavía tenía miedo al abandono, pero él no iba a irse a ninguna parte. Cuando decidía asumir una responsabilidad, se la tomaba en serio. «¿Qué clase de imbécil podría dejar tirado un animalito pequeño e indefenso junto a la carretera, a sabiendo de que probablemente moriría?».


Se encendieron las luces automáticas con sensor de movimiento delante de la casa, pero no ayudaron demasiado. La ventisca seguía bramando y la visibilidad era muy mala. Urgió al cachorrillo hacia el lindero del bosque. Había salido sin abrigo, con la esperanza de poder enfriar su cuerpo ardiente y de que la erección
siempre presente que lucía cada vez que pensaba en Paula o que la veía bajara finalmente.


Pedro tenía frío para cuando Shep vació la vejiga, pero seguía teniendo el pene duro. Era casi imposible sacarse de la cabeza la imagen de Paula descansando desnuda en su baño privado de aguas termales, tan jodidamente cerca de él que casi podía tocarla.


—Vamos, amigo —instó al cachorro, enfadado consigo mismo por estar tan preocupado por una mujer. Shep daba saltitos alegremente frente a él, ansioso por volver a un ambiente cálido.


Pedro se quitó las botas en el porche cubierto. 


Volvió a entrar en la casa y le quitó la correa a Shep antes de colgar la soga en un perchero junto a la puerta y darle una palmadita al perro.


—Buen chico. —No sabía mucho acerca de adiestrar a un cachorro, pero esperaba que un pequeño elogio contribuyera a evitar que Shep le encharcara el suelo.


Pedro deambuló por la casa y se detuvo junto a la puerta cerrada que conducía a las aguas termales. «¿Sigue ahí Paula? ¿Está tardando más de lo normal o solo me lo parece por mi imaginación hiperactiva y por mi obsesión por ella?».


Llevaba un rato ahí dentro, desde después de cenar.


—Paula —llamó a través de la puerta, casi seguro de que no lo oiría. Entre ellos había una puerta corredera y un camino de piedra hasta las piscinas cubiertas. Giró el picaporte y empujó la puerta, que se abrió de par en par. «No cerró la puerta».


Sintiéndose culpable y a la vez eufórico de que confiara lo suficiente en él como para dejar la puerta abierta, cruzó la puerta sin hacer ruido y salió al camino que conducía a las piscinas rocosas de aguas termales. Se quedó sin aliento al doblar la esquina.




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