miércoles, 12 de septiembre de 2018

CAPITULO 7 (SEPTIMA HISTORIA)




«Joder, para ser una mujer pequeña, Paula Chaves es de buen comer».


Pedro estaba sentado frente a ella en una de las pequeñas mesas del salón bufé y observaba como engullía su tercer gofre. Ya había devorado una montaña de huevos, salchichas, panceta y tostadas. Comer todo eso primero ni siquiera hizo que fuera más despacio. 


Finalmente, empezó a masticar a un ritmo más
constante, pero todavía no había parado.


Pedro pensaba que no había nada más sexy que una mujer que no temía disfrutar de su comida. Al principio, se preguntó si podría comer más que él, pero había conseguido terminar un desayuno aún más grande que el suyo antes de detenerse. Paula comía más despacio y saboreaba la comida. Ahora Pedro sólo estaba disfrutando observándola. A punto de gemir cuando ella se lamió sirope de arce del labio inferior y cerró los ojos extasiada, Pedro dejó el tenedor en su plato vacío y la miró fijamente.


Paula era un enigma, pero si tenían en cuenta lo que había averiguado sobre sus orígenes, quizás no lo fuera. Por desgracia, todavía no había encontrado nada sobre ella que no admirase ni adorase. Incluso la manera en que comía hizo que le gustara más aún. Su prácticamente la adoraba. Nada de picotear la comida ni una ensalada para aquella mujer. «¿Y el hecho de que pudiera dar una paliza a un tremendo imbécil? Muy sexy, joder». 


Desgraciadamente, había algunas cosas sobre ella que lo preocupaban. A saber, ¿qué demonios estaba haciendo en realidad allí, en Rocky Springs? Ahora que Pedro era consciente de que no era turista, estaba aún más confundido.


Lo que Paula había dicho sobre la manera en que Javier trataba a Chloe también lo molestaba. Si lo que dijo era verdad, tenia que reunirse con sus hermanos, averiguar si los rumores sobre Javier eran ciertos encontrar la manera de alejar a Chloe de Javier definitivamente. Él y sus hermanos no iban a permitir de ninguna manera que su hermana se casara con un imbécil.


—Te gusta la comida —comentó en tono neutral mientras Paula terminaba el último bocado de gofre.


Ella lo observó con cautela.


—Sí. ¿Tienes algún problema con eso, Alfonso?


—No. Me gusta. No soporto que las mujeres picoteen la comida y confirmen que no tienen apetito cuando en realidad están hambrientas.


—¿Te gusta? —Paula lo miró perpleja.


Pedro la miró a los ojos color chocolate y examinó su gesto de confusión.


—Sí.


—Mi ex solía decir que comía como un cerdo. —Colocó su servilleta y su tenedor en el plato suavemente antes de tomar la taza de café para terminarse la bebida.


—Creo que una mujer con un apetito saludable es sexy —dijo él con voz áspera. Verla comer era igual que verla tener un orgasmo: una mirada de completo éxtasis en su rostro. Sólo hacía que él quisiera ser la causa de ese gesto en particular—. Tu ex era un idiota.


—Estoy de acuerdo —respondió ella alegremente.


«Hoy parece mucho más relajada. Más feliz que ayer».


Paula iba vestida de manera informal con unos pantalones, zapatillas y un suéter verde oscuro que hacía que sus ojos parecieran aún más grandes de lo que eran. 


—¿Qué planes tienes para hoy? —Pedro esperaba que fueran seguirlo hasta su casa y pasar el día en la cama con él. 


Necesitaba acostarse con aquella mujer, tanto que se le estaban poniendo moradas las pelotas. Lamentablemente, dudaba que ella tuviera esa idea en mente.


—Ya tengo planes. —Miró su reloj deliberadamente—. De hecho, tengo que irme. —Saltó como si tuviera el trasero en llamas—. Gracias por decirme que había desayuno. —Se despidió con un aspaviento mientras cruzaba el salón a grandes zancadas como una mujer con una misión que cumplir, otra de las cosas que le gustaban de ella.


Pedro la observó; sus ojos se entrecerraron cuando ella desapareció en el ascensor.


—Corre y huye, cariño. No llegarás muy lejos.


Decidido a descifrar el misterio de Paula Chaves, se levantó de la silla y la siguió.




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