miércoles, 12 de septiembre de 2018
CAPITULO 9 (SEPTIMA HISTORIA)
Unas horas después, Paula averiguó que el reto de conducir la moto nieve en terreno montañoso no era un problema. Era desconocido, la falta de conocimiento de la zona lo que hizo que encontrase su trasero en la nieve.
Aunque no estaba conduciendo muy rápido, el pino salió de ninguna parte cuando subió una pendiente y se chocó con el tronco del enorme obstáculo.
—¡Joder! —se puso en pie, molesta consigo misma por inutilizar su único medio de transporte en aquel momento. Al chocar, uno de los patines en la parte delantera de la moto de nieve se había roto y solo se había desviado del camino un kilómetro y medio atrás aproximadamente, lo cual significaba que seguía a varios kilómetros de la casa de Marcos Alfonso—. Mierda. Mierda. Mierda — farfulló enojada mientras miraba fijamente el esquí, que no tenía arreglo—. Supongo que voy a ir andando.
La velocidad del viento había aumentado y la visibilidad empezaba a apestar, que era una de las razones por las que no había sido lo bastante rápida para esquivar el árbol. Ahora nevaba con fuerza y ya casi se le hundían las botas en la nieve hasta las rodillas puesto que se había salido del camino.
«¿Intento volver al camino o sigo hasta que encuentre la casa de Marcos?», se preguntó.
Quitándose el casco, dio un paso hacia la moto de nieve de la que había salido disparada hacía tan solo unos minutos. El músculo de su muslo derecho protestó; ella hizo una mueca de dolor. También pero extendido la pierna cuando la extremidad quedó atrapada en la moto de nieve y se estiró demasiado antes de salir despedida del vehículo. Mientras se frotaba el músculo grande y dolorido sin encontrar alivio, Paula supo que la opción más segura era volver a la pista antes de que estuviera cubierta de nieve para poder encontrar el camino de vuelta al resort.
Metió la mano en el bolsillo con cremallera de su abrigo y sacó su teléfono móvil.
—Por supuesto. No hay cobertura —farfulló entre dientes mientras se metía el teléfono en el bolsillo con torpeza. Si Esta zona sin cobertura, mejoraría a medida que se acercase a la cabaña. Si el mal tiempo había provocado un apagón, estaba jodida.
Deseando con todas sus fuerzas no haberse detenido en la tienda de deportes cercana al resort de camino a la pista, volvió cojeando hacia la ruta marcada por la moto de nieve.
Tenía un gorro, una bufanda y guantes de nieve, pero iban a servirle de mucho esas prendas ahora que estaba atrapada en una tormenta de nieve. Estaría mejor si hubiera salido de inmediato en lugar de detenerse a comprar ropa más caliente y después a hacer una llamada a su jefe. Esas dos cosas le habían hecho perder el tiempo, hora y media que habría sido muy valiosa teniendo en cuenta que la tormenta invernal acababa de comenzar. A esas alturas podría estar en casa de Marcos Alfonso.
Con la bufanda sobre el rostro para protegerlo del viento y de la nieve brutales, Paula se abrió camino con dificultad hacia la zona donde había dejado la pista, deteniéndose demasiado a menudo porque la pierna estaba matándola.
«Sigue adelante. Tú sigue moviéndote», se dijo.
Hacía demasiado frío como para bajar el ritmo y ya casi le resultaba imposible ver nada. Los puntos de referencia en los que se había fijado mientras conducía ya no eran visibles.
Volvió a ponerse el casco, esperando ver mejor con el visor protegiéndole los ojos, pero no fue de gran ayuda.
La nieve lo cubría todo. Paula estaba atrapada y dejó de intentar orientarse.
Negándose a que cundiera el pánico, se apoyó contra un árbol y miró con ojos entrecerrados el torbellino blanco que le bloqueaba la vista. Fue entonces cuando le pareció oír el sonido de un motor mezclándose con los aullidos del viento.
«Estoy oyendo cosas. Nadie más va a estar fuera con este tiempo».
Pero el sonido se volvió más fuerte, se acercaba, y Paula agitó los brazos con la esperanza de que la viera quien estuviera tan loco como para estar ahí fuera.
Por suerte, llevaba principalmente ropa negra para la nieve. Debería resaltar sobre el fondo cubierto de blanco.
Alguien la vio y Paula se quedó estupefacta cuando una potente moto de nieve negra se detuvo justo a su lado. La persona que pilotaba el vehículo era grande, probablemente un hombre, pero no podía distinguir sus rasgos. Lo único que veía eran su casco y las gafas de esquí que protegían sus ojos.
—Paula, sube detrás, joder. Ahora.
El misterio de quién estaba fuera con aquella tormenta se resolvió cuando oyó el bramido masculino de enfado de Pedro Alfonso, su voz lo bastante alta como para que la oyera por encima de la fuerza brutal del lamento del viento.
Paula no dudó en admitir su alivio cuando giró la pierna por encima de la potente máquina y se abrazó con cautela al potente cuerpo en la moto de nieve.
No importaba que la irritase. Se sentía agradecida de ver a alguien en un vehículo que funcionase en ese momento.
—Agárrate fuerte —gruñó lo bastante alto como para que ella lo oyera.
Al final, no le quedó más remedio que agarrarse a él ni tuvo la oportunidad de buscar asideros para pasajeros donde sujetarse en lugar de aferrarse a Pedro. Él salió despavorido en el momento en que Paula se sentó y sus pies estaban en posición. La moto de nieve que conducía era mucho más potente que la que había alquilado ella. Paula se aferró a Pedro; se le aceleró el corazón mientras se
preguntaba si el tipo deseaba morir y llevársela a ella consigo. Voló en la ventisca a velocidades vertiginosas que quizás habrían resultado vigorizadoras de no haber estado aterrorizada.
¿Cómo veía por dónde iba? Lo único que veía Paula era blanco puro por todas partes y al final agachó la cabeza detrás de Pedro y la bajó a su espalda para bloquear el viento, incapaz de hacer nada excepto confiar en él y mantenerse aferrada a su cintura. Intentó no dificultar su conducción. Trató de inclinarse con
él cuando era necesario, pero era casi imposible anticipar sus movimientos hasta que ya los había hecho. Sus acciones, veloces como un rayo sobre la poderosa máquina, ya habían terminado antes de que ella pudiera reaccionar siquiera.
Pasados los primeros minutos, el corazón le latía más lentamente y su respiración errática empezó a normalizarse cuando se percató de que Pedro parecía saber exactamente lo que estaba haciendo.
«Si no estamos muertos todavía, obviamente sabe lo que hace».
Estaban rodeados de árboles y subieron y bajaron pendientes volando sin contratiempos. Pedro manejó el recorrido como si ya lo hubiera hecho mil veces antes.
Paula seguía pensando que estaba loco por circular tan rápido en condiciones adversas, pero evidentemente se sentía cómodo con ello,
completamente familiarizado con el terreno.
Paula se estremeció, el cuerpo medio congelado por la intensidad de los vientos fríos.
Se quedó sin aliento cuando los esquís de la moto de nieve se levantaron del suelo y sobrevolaron una estrecha zanja. Finalmente, exhaló cuando aterrizaron hábilmente y con sorprendente ligereza al otro lado. Volaron cuesta abajo por lo que parecía la milésima vez y Pedro giró la máquina y entró en lo que probablemente era una carretera, un tramo plano de tierra que no estaba tan cubierto de nieve. Pisó el acelerador a fondo y llevó la moto de nieve a toda velocidad mientras avanzaban por el espacio llano y abierto, desprovisto de árboles.
Paula ni siquiera vio la casa hasta que estuvieron casi encima. Pedro disminuyó la velocidad y se detuvo frente a una gran casa de madera.
—Ve adentro y entra en calor. La puerta delantera está abierta. Tengo que colgar el trineo. —Su voz era fuerte y no admitía réplicas.
Paula no discutió. Bajó de la parte trasera de la moto, colgándose a Pedro para compensar la pierna coja. Cuando llegó a la puerta tambaleándose, lo vio desaparecer en la niebla blanca casi de inmediato.
Giró el picaporte de la bonita puerta delantera y este cedió fácilmente. Entró al precioso suelo del recibidor y se quitó la ropa de nieve tan rápido como pudo.
Paula frunció el ceño; desearía haber entrado en un lavadero donde pudiera dejar la ropa de nieve. Después de recoger sus botas mojadas, calcetines, pantalones de nieve, abrigo y otras prendas de invierno empapadas, giró bruscamente hacia lo que parecía una cocina y, de camino, pasó junto a un salón rústico encantador con paredes y estanterías decoradas con antiguo material antiincendios. Con los brazos llenos ropa empapada, no tuvo tiempo de admirar la cocina, aunque decididamente era grande y parecía el sueño de cualquier cocinero. Aliviada, localizó el lavadero donde dejar las botas mojadas a la entrada del garaje, junto a la cocina. Colgó sus cosas mojadas en el perchero de la pared y buscó un trapo en la cocina. La casa era preciosa y no quería dejar agua en los bonitos suelos de madera. Tal vez fuera una casa de madera, pero más bien se trataba de una mansión que de una pequeña en el bosque.
Todo estaba hecho a medida y la atención al detalle en la construcción resultaba evidente en cada viga de madera que adornaba el techo sobre los lujosos suelos de madera. La manera en que el constructor había conseguido dar a la casa una sensación rústica pero elegante.
Paula estaba limpiando los charcos en el suelo junto a la puerta cuando Pedro entró en la casa, preocupada de que el agua pudiera dañar el suelo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Habló con voz grave que reverberaba con lo que parecía ira.
—Estoy limpiando el agua del suelo. Mis cosas estaban empapadas.
—Déjalo.
Paula terminó la tarea rápidamente y se puso en pie, pero hizo una mueca por su muslo dolorido.
—¿Te has hecho daño? —La voz de Pedro se volvió amable y preocupada.
—Estoy bien, aunque choqué contra un árbol con la moto de nieve del resort. He roto uno de los patines. Lo siento. —Anduvo hasta el lavadero para dejar el trapo.
—He dicho que lo dejes. —Le quitó el trapo de la mano, la condujo hasta el sofá del salón y gesticuló para que se sentara—. Haré que alguien vaya a recoger la moto de nieve cuando se despeje el tiempo. No es nada grave.
Paula se sentó y suspiró cuando la pierna se liberó del peso de su cuerpo, permitiendo que el músculo del muslo se relajase por fin.
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